Aitzol Altuna Enzunza
Josu Venero y Alberto Santana, con la colaboración de ETB, firman una película presentada en el Festival de San Sebastián con el título: “Una historia de Vasconia: euskaldunización tardía”, basada en una tesis jamás probada, que en realidad tenía en su origen una clara intencionalidad política y que tiene la misma consistencia como la que tuvieron el vasco-iberismo, el vasco-cantabrismo, el tubalismo e infinidad de teorías más que se han ido diluyendo en el tiempo por su inconsistencia, pero que rebrotan de vez en cuando.
La sinopsis de la película tiene claroscuros que podemos ir desgranando. La primera parte es actual y correcta: “Desde hace 25 años en Santimamiñe, en Finaga, en Buzaga y, sobre todo, en Aldaieta, se descubren nuevos cementerios de familias de guerreros armados con terribles hachas de combate y espadones de doble filo que han dado la vuelta a todo lo que creíamos saber sobre los años oscuros desde la caída del Imperio Romano y los tiempos de los visigodos. Los expertos creen que es probable que en estos años se creara una Vasconia de influencia germánica, no goda (…)”.
Como escribía el jefe de las excavaciones de Aldaieta Agustín Azcarate: “Lo sorprendente es que esta gente se entierra con unos ritos funerarios y unos materiales que no tienen nada que ver con la Hispania visigótica, sino más bien con el mundo franco del norte de los Pirineos”. Es sorprendente para el que buscaba otra cosa (la fábula del origen godo de España) y normal para las historiografía baskona-nabarra. Pero hay que hacer un importante matiz, los arqueólogos franceses, entre los que se encuentran N. Aberg, E. James o S. Lerenter, distinguen perfectamente en las distintas excavaciones que han realizado, un conjunto de caracteres arqueológicos definido como “facies vascona” o “aquitana”, diferenciable de otros calificados como “septentrional o franca”. Es decir, tras la caída del Imperio Romano Occidental, los restos de los lugares mencionados y otros como Pamplona-Iruñea y Tafalla en Alta Navarra, Argiñeta y Mesterika en Bizkaia, o los de Zornoztegi, Aistra y Alegría-Dulantzi en Alaba, nos hablan de una comunidad de gentes, pueblo o nación, diferente a la goda y a la franca, llamada en las crónicas baskona, con su epicentro político en el río Garona (Burdeos-Toulouse) donde residían los príncipes y condes baskones cuyo poder llegaba hasta el río Ebro y más al sur.
Después viene la parte oscura de la sinopsis de la película que está también recogida en el título, “euskaldunización tardía: (…) una Vasconia que extendió el euskera de los vascones hasta los territorios occidentales de Euskal Herria, la actual Comunidad Autónoma Vasca (sic.)”. Esta teoría se contradice con la arqueología, la lingüística, la etnografía, la toponimia, los textos históricos (inexistentes) y, encima, su fundamento primigenio es totalmente anacrónico como veremos.
La tesis inicial fue del conocido historiador y arqueólogo iberista Manuel Gómez-Moreno (Granada 1870-Madrid 1970), el cual en 1925 decía que “en las modernas provincias vascongadas (…) vivían gentes de raza cántabro-astur”. El historiador, filósofo y arqueólogo alemán Adolf Schulten copió la idea un par de años después (1927). Pero fue su fundamental valedor Claudio Sánchez-Albornoz (Madrid 1893-Ávila 1983), catedrático de historia en las universidades de Madrid, Barcelona y Buenos Aires, así como presidente en el exilio de la Segunda República española. Sánchez Albornoz era conocido entre nosotros por su “vascofobia”, más si cabe hacia el Lehendakari Agirre, el cual no quiso entrar en el Gobierno español en el exilio que presidía Claudio Sánchez-Albornoz y contra el que el insigne madrileño dijo cosas durante la represión franquista como: “Pero yo le decía al presidente del Gobierno vasco, cuando yo era presidente de la República en el exilio: hablen el vasco, si es que pueden, porque la mayoría no lo saben, pero a pagar impuestos como todos los españoles”.
La hipótesis defendida con vehemencia por Sánchez Albornoz y sobre el que gira la película, era que el pueblo prerrománico de los baskones se expandió tras la caída del Imperio Romano Occidental (año 476) hacia territorios de la actual Comunidad Autónoma Vasca (Bizkaia, Gipuzkoa y Araba), pero sin olvidar otros como la Cantabria oriental, norte de Burgos desde Atapuerca y La Rioja.
Pero, ¿cuál era el territorio originario de esos baskones prerrománicos? Tampoco sería “sólo” la actual Comunidad Foral Navarra. Los límites aproximados serían los siguientes: su núcleo principal estaría efectivamente en Alta Navarra, pero ampliada por los extremos hacía el Aragón moderno, incluyendo los suesetanos de las “Cinco Villas” de influencia céltica en el sur que estarían bajo su dominio, hasta el municipio de Alagón, llegando por tanto hasta casi la misma Zaragoza (Salduba en el idioma nativo). Por el Este, todo el Canal del Berdún hasta Jaca y la jacetania que también era baskona o estaba bajo su dominio. Por el Suroeste, ciudades de la actual Rioja Baja como Calahorra o Alfaro (antigua “Ilurcis”) se consideran baskonas, así como la cuenca del río Cidacos en Soria. Los baskones bajarían por el río Gallego, el río Aragón y el Arba hasta los montes de Castejón. La Rioja alabesa actual y San Vicente de la Sonsierra-Ávalos, según Caro Baroja, pudieran ser también baskonas, así como el occidente alabés. Por último, de los ríos Oria al Bidasoa en Gipuzkoa y más al noreste todo Lapurdi hasta Baiona (lapurdenses) también estaría bajo su dominio según el historiador Manex Goyenetche (1942-2004).
La teoría de una expansión altomedieval de estos baskones para llegar a todos los territorios de habla vasca altomedieval que antes no lo eran, es fácilmente rebatible si se va al detalle de la misma, pues se basa principalmente en algo tan poco consistente como la palabra “vasconizae” (de donde vendría “vascongado”), que interpretaba Sánchez Albornoz como que fueron “vasconizados”, cuando en “romanzae” no ve que fueron “romanzados” sino que hablaban un idioma romance. Euskaltzaindia lo explica así en su “Libro Blanco del euskera”: “Vascongado hay que interpretarlo como romanzado con romance, es decir, el que sabe euskera” (no que ha sido “vasconizado” por alguien).
Koldo Mitxelena, el lingüista más importante en temas vascos del siglo pasado, lo tenía claro en su libro “La lengua vasca”: “Los argumentos con que se ha apoyado esta teoría no tienen fuerza bastante. Si se dejan a un lado los textos, que nada dicen de lo que se les ha querido hacer decir, ésta en primer lugar la onomástica personal, de carácter indoeuropeo, señalada por Gómez-Moreno. No obstante, la prueba es incompleta, porque nada dice de Guipúzcoa y muy poco de Vizcaya, además de ser excesiva, ya que en parte de (Alta) Navarra se descubren los mismos nombres que en la llanada alavesa. No hay que olvidar tampoco que la onomástica personal está demasiado sujeta a modas”. Otro ilustre lingüista como fue el alabés Henrique Knörr (1947-2008), especialista en onomástica y toponimia vasca, también se oponía a esta tesis.
Los datos arqueológicos son también contundentes. Si hubiera habido esa invasión, los restos arqueológicos anteriores nos hablarían de gente de tipo celta que no aparece por ningún lado, por ejemplo en las numerosas excavaciones sobre castros de la Edad de Bronce llevadas a cabo en Gipuzkoa por Xabier Peñalver recogidas en libros como “La Edad de Hierro, los vascones y sus vecinos”. En otro libro,“La Península ibérica en los comienzos de su historia”, el arqueólogo español y doctor en historia Antonio García Bellido -de los más importantes del siglo pasado-, afirmaba respecto a los pueblos del Ebro medio: “Ahora bien, tales pueblos no eran celtas, ni lo fueron nunca, aunque su cultura se nos aparezca hoy con claros rasgos de celtización. La razón de ello es la efectiva presencia en estas tierras o en sus proximidades de elementos celtas inmigrados y porteadores de una cultura superior (vivían ya en posesión de hierro) que acabaron de celtizar a los indígenas precélticos”. Qué decir más al norte de esos asentamiento del Ebro medio y alto (Aragón, Castilla Vetula, Alta Navarra y Alaba actuales).
Respecto a los posibles nombre celtas de la toponimia de la zona se reducen en realidad a dos, pues todos los demás o no son celtas o son interpretables mediante el euskera[1]. El primero es el río “Nervión”, en realidad en los textos de época romana se escribía “Nerua” donde la “u” y la “v” se leen igual y que no es más que un emperador romano del siglo I, aunque también podría ser Minerva, diosa romana de las aguas. La otra palabra es “Deba”, aunque se ha querido derivar de “ibar” (vega del río), sí es posible que sea celta con sus equivalentes en Asturias, Galicia, Huesca o Francia, pero también en Mesopotamia o la India, que perfectamente podría hablar de un asentamiento de legionarios romanos que se sabe eran celtas o celtíberos los que invadieron la costa vasca, como en el caso documentado de “Flaviobriga” (-briga es ciudad en celta), la cual se construyó sobre el poblado autóctono de Portus Amanun en algún lugar del río Nervión según Ptolomeo de Alejandría (s. I), el cual en su libro Geográfica escribía en griego: “los autrigones son contiguos de los cántabros en la costa y tienen la desembocadura en el río Nerua y la ciudad de Flaviobriga”. El historiador ronkalés B. Estornés Lasa en su libro “Orígenes de los vascos”, es muy claro cuando dice: “La capa céltica de nuestra toponimia, aunque escasa, marca un contacto de euskera y celta, cuya naturaleza y alcance ha de precisarse pero previamente sanados de la enfermedad de atribuir al celta cuanto semejante o parecido se señale entre ambas lenguas”. En el propio euskera la presencia del celta es muy escasa y dudosa en otros casos.
Es más, en Bizkaia y aún más en Alaba, van aparecido palabras en euskera según se van realizando excavaciones arqueológicas,en general en aras o pequeñas y gruesas columnas planas dedicadas a dioses locales o incluso personales: Illuna (Trespuentes), Aituneo (Araia), Helasse (Miñano Mayor), Aitea (Ollavarre-Olabarri), Ivilae (Forua), Umeritara (Otañes, autrigones hoy dentro de la CC.AA. de Cantabria), etc. Además de los innumerables términos en euskera de esta misma época en lápidas del pueblo de los ausko de Aquitania o Novempopulania, desde el Alto Garona hasta el Pirineo como en Zuberoa o Val de Arán (Catalunya actual).
El propio Julio Caro Baroja, el etnólogo español más importante del siglo XX, también se manifestó contra esta tesis de la invasión de los territorios occidentales de forma muy contundente:
No me explico cómo se puede sostener tal tesis si se observan los hechos:
Que en la provincia de Guipúzcoa, es decir, donde se ha conservado en total hasta el presente (el euskara), es donde menos vestigios romanos hay de toda España”.
Que en la provincia de Vizcaya hay algunos más, pero siempre de poca consideración.
Que en la provincia de Álava, donde ya desde antiguo el castellano ha tenido grandes extensiones, la romanización resulta mucho más intensa, a juzgar por los vestigios arqueológicos.
Que en la provincia de Navarra la zona donde se ha conservado el vasco más fue la menos romanizada y donde se ha conservado menos fue la más romanizada.
Para admitir un corrimiento del vasco a las provincias en tiempo medieval habría que afirmar que del territorio sur de Pamplona y el Ebro, lleno de grandes ciudades y de memorias de la lengua latina, del territorio vascón según la clasificación clásica, las gentes romanizadas habían subido al norte e imponer una lengua no latina a no se sabe quién. Lo más probable es todo lo contrario, o sea que a partir del siglo IV los habitantes de la montañas, muy poco civilizados siempre, aprovechándose de la debilidad del Imperio, bajaran al sur”.
En cuanto a los documentos históricos, ninguno menciona la cuestión de la “invasión”, es más, las cronologías asturianas del siglo IX hablan de Araba y Bizkaia en los siglos anteriores como “tierras siempre poseídas por sus moradores”, además de Orduña, Aiala, Berrueza, Deio y Pamplona-Iruñea. Entre los historiadores que más ha profundizado en la historia altomedieval baskona está sin duda B. Estornés Lasa, el cual en el libro mencionado era también muy contundente y habla de la burda politización de la cuestión: “Se ha querido, con propósitos partidistas, presentar a los vascongados como gentes “vasconizadas” por alguna invasión de los vascones navarros sobre el occidente vardulo, pero es precisamente en (alta) Navarra donde vienen empleándose este adjetivo para y por los navarros mismos. Y, aun fuera de ella, lo vemos en la misma literatura castellana refiriéndose a los navarros ya desde el siglo XIV”.
Frente a los historiadores favorables a la tesis de la “vasconización” (ninguno de renombre en la historiografía vasca), existe en contra de la misma un conjunto de historiadores muy cualificados como: Arturo Campión, Juan Plazaola, Antonio Tovar, José María Jimeno Jurio, etc.
Es más, la tesis resulta anacrónica si se observa que hay que esperar por primera vez al siglo XVIII para que se les llamaran “Provincias Vascongadas” a Alaba, Gipuzkoa y Bizkaia, y “vascongados” sólo a sus habitantes. De hecho, la nueva denominación parcial no cuajó hasta el siglo XX y en los textos de las Guerras Carlistas del siglo XIX e incluso después, es común llamar vascongados también a los alto navarros. El principal historiador bizkaíno del siglo XX, Andrés de Mañaricúa (1911-1988), lo explicaba así: “Vascongado no era el que no siendo vasco fue vasconizado, como muchos pensaban apoyados en una etimología que lo derivaban del latín vasconicatus, y que se ha repetido hasta hoy. Era el hombre de habla vasca: así un (alto) navarro vascoparlante era vascongado”.
(1)Se puede encontrar su significado en el libro de Koldo Mitxelena “Apellidos Vascos” o en el “Diccionario de apellidos vascos” N. Nabarte revisado por Eusko Ikaskuntza en 1992.