“Vamos a respirar porque el alma vasca respira distinto”, escribió hace ya más de medio siglo Jorge Oteiza. Y lo hizo en un contexto determinado, el nacimiento y desarrollo de ETA, en la década de 1960, cuando junto al compromiso de los jóvenes que no habían conocido la guerra, surgieron centenares de iniciativas populares. Desde el impulso a las primeras ikastolas y gau eskolas, hasta los jaialdis y la impronta en decenas de facetas artísticas. La estación de Amalur. Fue llamada la primavera vasca, udaberria, que ya tuvo un parangón en época prebélica, con Lizardi, Arteta o Lauaxeta.
Para hacer frente a esa inesperada ola, el régimen franquista, creó su propia estructura física e ideológica. Y la dividió en dos áreas. A la primera la llamó “Plan Udaberri”, con despecho. Como diciendo eso de “ya, ya… os vamos a dar primavera a vosotros”. A la segunda “Plan Clavel”, un nombre más castizo, acorde con la naturaleza de sus conseguidores. El Clavel fue la base para obtener información paralela sobre la situación de los centenares de refugiados que llegaban a Ipar Euskal Herria huyendo de la tortura y la represión.
El Plan Udaberri se convirtió en la columna para aglutinar a mercenarios ligados a la OAS francesa o a la ultraderecha italiana. Bajo la dirección de los mandos del Ejército español y con la cobertura inicial del fascista navarro Tomás Garicano, entonces ministro de Gobernación, el Plan Udaberri fue sufriendo modificaciones durante dos décadas, con un mismo objetivo. Amedrentar, y acosar a la militancia vasca.
La disidencia armada vasca se disolvió hace unos años, más de diez en su actividad original. Y nuevamente, ha surgido un nuevo “Plan Udaberri”, está vez con label vasco y sin las connotaciones anteriores, aunque sí con un interés similar. Discutir la hegemonía a la izquierda abertzale desde posiciones supuestamente éticas. El departamento de Justicia, Igualdad y Políticas Sociales del Gobierno de Gasteiz, dirigido por Beatriz Artolazabal, ha presentado el “Plan Udaberri 2024”, para “contribuir a una mejor y más enriquecedora convivencia a través del pleno ejercicio de los derechos humanos”.
Muy rimbombante eso del “pleno ejercicio de los derechos humanos” en boca de una representante de un partido neoliberal, de derechas por entendernos. Porque a veces nos olvidamos que entre los derechos humanos fundamentales se encuentran el del derecho a “un nivel de vida adecuado” (vivienda, trabajo, pensión digna…) y el de que todos somos iguales ante la justicia. Pero no es esta cuestión la que provocó mi interés, sino la declaración de la consejera en la presentación del Plan: “Hemos querido subrayar que la reflexión crítica sobre el pasado debe interpelar especialmente y en primera instancia a quienes han ejercido, justificado o contextualizado el terrorismo de ETA y la violencia”.
¿Hay que reprobar a quienes desde la reflexión intentamos contextualizar cada acontecimiento?”. Me resulta llamativo que el borrador del Plan Udaberri recoja trece veces la palabra “contexto” para explicar lo explicable de manera obvia. Pero que luego criminalice a quienes contextualizan la época que corresponde a ETA que, evidentemente, tiene también como todas las épocas un contexto, es una palmaria salida de tono. Tenemos a una hooligan por consejera, como lo demostró, asimismo, en el acto en memoria de los represaliados en Elgoibar en 1936.
Es indignante, que la reflexión crítica sobre el pasado no interpele más especialmente y en primerísima instancia a aquellos para los que se escribió el art. 31 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano “Los delitos de los mandatarios del pueblo y de sus agentes no deben quedar jamás impunes. Nadie tiene derecho a considerarse más inviolable que el resto de los ciudadanos”.
Podrá parecer que a Artolazabal le ha podido la improvisación. Pero no fue así. La tendencia que se observa en los movimientos ligados al Gobierno de Gasteiz tienen también el poso de la descontextualización. El Instituto Gogora, que dirige Aintzane Ezenarro, nos acaba de dejar una perla con la clasificación de las víctimas, con el consiguiente enfado de familias represaliadas por el franquismo. ¿Qué ha hecho Gogora? Meter en el mismo saco a fascistas y mercenarios italianos, a golpistas españoles militares del mismo ramo, con torturados, violadas y ejecutados extrajudicialmente por los verdugos fascistas, es un acto que denota desconsideración, resultado de la descontextualización.
Si descontextualizamos los acontecimientos, y los hechos que han jalonado nuestro pasado cercano y lejano, ¿con qué nos quedamos? Con el mismo discurso que destilaron los integrantes de aquel Foro de Ermua y sus hijos legítimos, los del Memorial de Gasteiz, Melintonium en lenguaje plebeyo. Que no es otro que el de una patología, cuyos orígenes aún no han sido descubiertos, que afectó a centenares de miles de vascos, para actuar de una forma criminal.
Si descontextualizamos los acontecimientos, resulta que los gudaris y milicianos que en 1936 mataron y murieron en defensa de la República, enfrentándose a las hordas fascistas eran una cuadrilla de criminales. Ese es el resultado de análisis simplistas como el de la consejera. Pues claro que el contexto es capital. Sin él convertimos en asesinos a aquellos gudaris y milicianos de 1936 porque no respetaron el derecho a la vida. Con el contexto, en cambio, fueron héroes.
El silogismo es aplicable a cualquier lectura que hagamos del pasado y del presente, del franquismo y de lo que aquel golpe nos dejaría 40 años después, porque entre otras cosas, el derecho de rebelión es considerado en el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Sin contexto no somos nadie. El contexto nos ha hecho nacer, crecer o llegar a este trozo de tierra. El contexto nos ha hecho que en nuestros genes perdure el ADN del desafío y del compromiso por un mundo más justo, incluido el de la aplicación integral de los derechos humanos.